Cuando pienso en Jane Eyre hay dos cosas que me vienen a la cabeza:
La primera, te dará más bien igual y es que es como un chiste interno: una de mis profesoras de filología pronunciando “Jane Eyre” con su acento más británico. No es causa de burla pero imagínate a un grupo de jovencitas (yo y mis amigas) queriendo imitarla con ese /jein eeeeeeee/ (r muda, y “e” muuuuy laaaarga por las primeras y últimas vocales. Ahora cada vez que pronuncio ese nombre no puedo evitar decirlo así a modo de guiño a aquellos años.
Y ahora, poniéndome más seria, la segunda cosa que me viene a la cabeza, más conectada con la novela, es la imagen de Thornfield, una casa inmensa, en un atardecer nublado de cielo gris azulado bien oscuro en una ladera verde. La casa tiene una torre y en la torre hay una ventana, y esa ventana brilla con luz cálida desde dentro.
Seguramente esta imagen está provocada por alguna versión cinematográfica de la novela, pero dime tú si no sabes de lo que te hablo. Otra novela con título de persona que en realidad, pensamos en una casa (ejem… Manderley ejem….) Y es que, como ya hemos visto muchísimas veces en el club, todo, tiene identidad y carácter para formar parte de la novela, hasta las casas son personajes dignos de análisis. Y por eso nos encanta tanto “analizar” estas obras, que reparan en todos los detalles y que hasta una puerta cerrada puede simbolizar la personalidad y el carácter huraño de su amo.
Pero vaya, vemos que la obra consigue transmitir el espíritu más Romántico y Gótico típico de su tiempo. Es el equivalente a que una Jane Eyre actual trabajaría en un casa minimalista aesthetic con mucha luz y todo en beige. Por eso “estudiamos” las obras, porque son el reflejo de su época.